Tumaco olvidado, desesperado y sediento
La historia reciente de Tumaco parece una tragedia bíblica. Como si
fuera objeto de la furia de Dios, sobre el municipio han caído todas las
plagas. Un hongo arrasó con la palma de aceite cuando empezaba a convertirse en
su sostén económico. La coca, con todo lo que trae detrás, muerte y glifosato
incluido, se arraigó en su tierra. Una enfermedad mató a los camarones. Los
grupos armados y el narcotráfico reclutaron a cientos de hijos del pueblo. Y si
bien sus aguas no se convirtieron en sangre, como las del Nilo en el Éxodo, los
derrames de petróleo viciaron sus ríos. Esa es tal vez su mayor cruz: Tumaco
tiene sed. (informe El Espectador )
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Al lado de la estación de Policía de La Espriella –un corregimiento del
pueblo– una especie de fuerte militar de muros reforzados, rodeado por
barricadas y torres de vigilancia, había una casa frágil, endeble, hoy reducida
a escombros. Allí vivió Ómar González junto a su familia. Su humilde vivienda de
madera a duras penas se mantenía de pie durante los enfrentamientos entre las
Farc y las autoridades.
Él se guarecía con los suyos en un pequeño cuarto de ladrillo que
construyó como refugio mientras las balas de fusil dirigidas a la Policía
atravesaban su hogar y los cilindros explotaban al lado. Su esposa y su pequeño
hijo se enfermaron, Ómar González no aguantó más y se fue del lugar que habitó
por 30 años. Decidió, sin embargo, no abandonar La Espriella ni la tierra que
ha cultivado con palma y cacao: ladrillo a ladrillo hizo un nuevo hogar,
reconstruyó su vida, se convirtió en líder del corregimiento, consiguió ayuda
para sus coterráneos. Pero, a diferencia de su viejo rancho, el nuevo no tiene
agua.
Las circunstancias lo llevaron a organizarse con sus vecinos y construir
un embalse, aprovechando un pequeño chorro de agua que se escurre entre los
matorrales a varios metros de su casa. “Nos tocó hacerlo, no podíamos sentarnos
a esperar”, dice. De ahí beben 50 familias, de esa agua que se empoza rodeada de
mosquitos y que probablemente, como la de la mayoría de fuentes hídricas de la
región, está contaminada. “No conocemos las condiciones de esa agua, si es apta
para el consumo. Nos dicen que no bebamos de ahí pero, entonces, ¿de dónde
más?”.
Ómar González piensa a diario en irse de La Espriella, le preocupa el
futuro de su hijo de 4 años. No lo desplazó la guerra, pero tal vez lo haga el
agua. O, más bien, la ausencia de ésta.
***
El 21 de junio pasado, las Farc volaron un tramo del oleoducto
Trasandino que generó el derrame de 410.000 galones de petróleo sobre suelo
nariñense. Gran parte del crudo llegó al río Mira, que abastece de agua a
Tumaco, y empezó su marcha hacia el mar. “La peor tragedia ambiental de todos
los tiempos en Colombia”: así la bautizó el presidente Santos; así la asumió
Colombia. Pero para los tumaqueños, el derrame es solo una agresión más contra
sus aguas, una fuerte, sin duda, pero no la primera.
La respuesta del Gobierno Nacional fue eficiente; Ecopetrol se hizo
presente rápidamente para controlar el derrame. Pero los habitantes de Tumaco
se sienten contrariados con la acción estatal. Hubo respuesta a la emergencia,
eso lo valoran, pero creen que no compensa el abandono por parte del Estado del
que se sienten víctimas. “Colombia tiene una deuda histórica con Tumaco, le ha
dado la espalda”, asegura Dora Vargas, sicóloga de la Pastoral Social del
municipio.
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