10 agosto, 2015

Tumaco olvidado, desesperado y sediento
La historia reciente de Tumaco parece una tragedia bíblica. Como si fuera objeto de la furia de Dios, sobre el municipio han caído todas las plagas. Un hongo arrasó con la palma de aceite cuando empezaba a convertirse en su sostén económico. La coca, con todo lo que trae detrás, muerte y glifosato incluido, se arraigó en su tierra. Una enfermedad mató a los camarones. Los grupos armados y el narcotráfico reclutaron a cientos de hijos del pueblo. Y si bien sus aguas no se convirtieron en sangre, como las del Nilo en el Éxodo, los derrames de petróleo viciaron sus ríos. Esa es tal vez su mayor cruz: Tumaco tiene sed. (informe El Espectador )

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Al lado de la estación de Policía de La Espriella –un corregimiento del pueblo– una especie de fuerte militar de muros reforzados, rodeado por barricadas y torres de vigilancia, había una casa frágil, endeble, hoy reducida a escombros. Allí vivió Ómar González junto a su familia. Su humilde vivienda de madera a duras penas se mantenía de pie durante los enfrentamientos entre las Farc y las autoridades.
Él se guarecía con los suyos en un pequeño cuarto de ladrillo que construyó como refugio mientras las balas de fusil dirigidas a la Policía atravesaban su hogar y los cilindros explotaban al lado. Su esposa y su pequeño hijo se enfermaron, Ómar González no aguantó más y se fue del lugar que habitó por 30 años. Decidió, sin embargo, no abandonar La Espriella ni la tierra que ha cultivado con palma y cacao: ladrillo a ladrillo hizo un nuevo hogar, reconstruyó su vida, se convirtió en líder del corregimiento, consiguió ayuda para sus coterráneos. Pero, a diferencia de su viejo rancho, el nuevo no tiene agua.
Las circunstancias lo llevaron a organizarse con sus vecinos y construir un embalse, aprovechando un pequeño chorro de agua que se escurre entre los matorrales a varios metros de su casa. “Nos tocó hacerlo, no podíamos sentarnos a esperar”, dice. De ahí beben 50 familias, de esa agua que se empoza rodeada de mosquitos y que probablemente, como la de la mayoría de fuentes hídricas de la región, está contaminada. “No conocemos las condiciones de esa agua, si es apta para el consumo. Nos dicen que no bebamos de ahí pero, entonces, ¿de dónde más?”.
Ómar González piensa a diario en irse de La Espriella, le preocupa el futuro de su hijo de 4 años. No lo desplazó la guerra, pero tal vez lo haga el agua. O, más bien, la ausencia de ésta.
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El 21 de junio pasado, las Farc volaron un tramo del oleoducto Trasandino que generó el derrame de 410.000 galones de petróleo sobre suelo nariñense. Gran parte del crudo llegó al río Mira, que abastece de agua a Tumaco, y empezó su marcha hacia el mar. “La peor tragedia ambiental de todos los tiempos en Colombia”: así la bautizó el presidente Santos; así la asumió Colombia. Pero para los tumaqueños, el derrame es solo una agresión más contra sus aguas, una fuerte, sin duda, pero no la primera.
La respuesta del Gobierno Nacional fue eficiente; Ecopetrol se hizo presente rápidamente para controlar el derrame. Pero los habitantes de Tumaco se sienten contrariados con la acción estatal. Hubo respuesta a la emergencia, eso lo valoran, pero creen que no compensa el abandono por parte del Estado del que se sienten víctimas. “Colombia tiene una deuda histórica con Tumaco, le ha dado la espalda”, asegura Dora Vargas, sicóloga de la Pastoral Social del municipio.

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